“La rumba es cultura”, reiteraba Carlos Monsiváis

Afortunados aquellos que tuvieron la oportunidad de deleitarse la vista con las llamadas rumberas, consideradas por la sociedad de esa época como mujeres de mala reputación. Pero los hombres más adinerados de aquellos años cuarenta y cincuenta no opinaban igual, pues se les veía en los teatros y a los menos favorecidos en los cines. Los cuales, sin distinción de sus vestimentas, pasaban y repasaban la vista desde los tocados hasta las puntas de los pies de esas mujeres que se atrevieron a desafiar las buenas costumbres de las familias mexicanas.

Ellas se movían al compás del baile cubano conocido como rumba. Llegaron a trabajar primero en los teatros mexicanos, y más tarde el cineasta Juan Orol llevó al cine a varias bellas mujeres cubanas, que más tarde se convirtieron en grandes figuras como María Antonieta Pons, quien debutó en 1938 en la película Siboney. A ésta le siguieron otras más, “que a pesar de la censura que recibieron por su alta carga de erotismo se fueron multiplicando conforme la apertura social lo fue aceptando”, señaló la doctora Gabriela Pulido durante el Conversatorio “El cine de rumberas” que se llevó a cabo en la Biblioteca Central, en el marco del tan festejado 14 de febrero.

 

 De izq. a der.: Gabriela Pulido (INAH), Leopoldo Gaytán (Cineteca Nacional) y Henoc de Santiago (Museo del Estanquillo).
De izq. a der.: Gabriela Pulido (INAH), Leopoldo Gaytán (Cineteca Nacional) y Henoc de Santiago (Museo del Estanquillo).

 

Es así que otras rumberas fueron llevadas a la pantalla grande por Juan Orol y otros cineastas, como Amalia Aguilar, Ninón Sevilla y Meche Barba, entre las más famosas. De esta forma, las salas del primer cuadro de la Ciudad de México llenaban sus butacas, preferentemente por personas del género masculino. Además de esto, se dio una especie de convivencia entre las diversas clases sociales, porque al final de cuentas -todos por igual- pobres y ricos disfrutaban los cadenciosos movimientos de los hermosos cuerpos de las rumberas, y en algún momento los piropos subían de tono ahogando los ritmos de música.

 

La doctora Pulido añadió que dicha actividad se fue transformando en un complejo cultural con diferentes formas de expresión; para ello citó a Carlos Monsiváis con la conocida frase que reiteraba: “la rumba es cultura”.

En su momento, el maestro Leopoldo Gaytán se sumó a dicho comentario, e indicó que debido a las diversas expresiones de rechazo hacia las rumberas y el despertar de actitudes moralistas contra lo que consideraban una mala conducta, entre los hombres se veía a honorables padres de familia que iban a escondidas al teatro o al cine. Tal parecía, que esto fuera un acto pecaminoso, que al ser descubierto podría ser reprimido por las autoridades religiosas.

Si anteriormente las tiples, que se les veía más arropadas y sin los contoneos de las rumberas (más bien sus bailes y actuaciones estaban cargadas de mucha picardía y sensualidad) no eran muy bien vistas, entonces qué se esperaban las rumberas: entre otras cuestiones la desaprobación y el enjuiciamiento. A pesar de ello las tiples se afianzaron en nuestro país e impusieron un estilo, como es el caso de: María Conesa, apodada “La Gatita Blanca”, Lupe Vélez, Celia Montalván y Mimí Derba, entre otras. Y no sólo eso, también se adueñaron de los escenarios de los teatros y de los corazones de muchos hombres de aquellos tiempos.

 

 Público asistente al Conversatorio El Cine de Rumberas.
Público asistente al Conversatorio El Cine de Rumberas.

 

Regresando al tema de las rumberas, no obstante que en aquella época la ciudad de México se modernizaba, no ocurría lo mismo con el debate moral pues estaba asociado al mundo sórdido del antro, debido a que las historias llevadas al cine eran protagonizadas por lo general por mujeres humildes e ingenuas, que por su condición social, tan desfavorecida, se veían obligadas a caer en el bajo mundo e involucrarse con hombres mafiosos que las explotaban económica y sexualmente. Por fortuna, los cineastas tenían otra visión; entre ellos se encontraba a Alejandro Galindo, que con su cámara, al igual de Juan Orol, logró captar los movimientos cadenciosos de María Antonieta Pons en la película Konga Roja, donde interpreta a una cantante en una taberna del puerto.

Y como ya se mencionó, a mucha gente no le gustaba ver en escena a ese tipo de mujeres bailando con poca ropa, pero se fue acostumbrando a verlas pues cada año se producían nuevas películas. También hubo casos extremos como la llamada Liga de la Decencia, que era una comunidad de personas con una mentalidad conservadora y religiosa que se encargaba de vigilar la moral, las buenas costumbres y la preservación de los valores familiares. Con el paso del tiempo se incorporaron nuevos ritmos como el Cha-Cha-Chá y el Mambo, entre otros.

En el marco del programa la directora general de Bibliotecas, doctora Elsa Margarita Ramírez Leyva, cortó el listón inaugural de la exposición “De tiples a rumberas”, acompañada por las primas de Carlos Monsiváis, y agradeció al Museo del Estanquillo Colecciones Carlos Monsiváis por el préstamo de la obra fotográfica, donde se puede apreciar la vestimenta de cuerpo entero de las tiples y rumberas, causantes de que el gobierno clausurara los teatros por inmoralidad.

 

 Inauguración de la exposición “De tiples a rumberas”.
Inauguración de la exposición “De tiples a rumberas”.

 

La mesa fue moderada por Henoc de Santiago, director del Museo del Estanquillo Colecciones Carlos Monsiváis, presentada en la Sala de Literatura de la Biblioteca Central, y fue ambientada con la participación de los integrantes de los Talleres libres de Danza de la UNAM, grupo Bailes de Salón, dirigidos por el maestro Alejandro Mendizábal Cruz. La exposición fotográfica estará abierta al público del 14 de febrero al 18 de marzo.

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Nota: Ma. del Rosario Rodríguez León
Fotos: Julio Zetter Leal